La logística en América del Norte está a punto de experimentar una transformación silenciosa pero contundente. Mientras los cruces fronterizos terrestres luchan contra la congestión y las carreteras absorben millones de contenedores cada año, México apuesta por una alternativa que muchos consideraban relegada: el mar.
La Cámara Mexicana de la Industria del Transporte Marítimo (Cameintram) está tejiendo alianzas con el Puerto de Miami y otras terminales del sudeste estadounidense para establecer un sistema de rutas marítimas de corta distancia —short sea shipping— que conecte ambas naciones a través del Golfo de México. No se trata de barcos transoceánicos ni de grandes travesías, sino de trayectos cortos, frecuentes y eficientes que puedan competir con camiones y trenes en tiempo y costo.
Corredor Interoceánico México: La columna vertebral de una estrategia bioceánica
El proyecto cobra mayor sentido cuando se comprende su engranaje con el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT), la infraestructura que el gobierno mexicano está desarrollando para conectar el Pacífico con el Atlántico a través del sur del país. Este corredor interoceánico México no busca competir con el Canal de Panamá en dimensiones, sino ofrecer una alternativa logística terrestre apoyada en ferrocarril y carreteras que, al combinarse con puertos estratégicos, permita mover mercancías entre océanos sin necesidad de rodear el continente.
La visión es clara: consolidar una plataforma logística bioceánica donde los polos industriales aprovechen incentivos fiscales y zonas económicas especiales. Con el auge del nearshoring, empresas de sectores automotriz, manufacturero, energético y alimentario buscan acortar cadenas de suministro. El corredor interoceánico México se posiciona como el eje que une esa demanda con puertos listos para operar como nodos de distribución hacia Norteamérica.
Aquí es donde la propuesta de Cameintram adquiere dimensión estratégica. Al conectar puertos del Golfo de México —Matamoros, Altamira, Tampico, Tuxpan, Veracruz, Coatzacoalcos, Dos Bocas, Salina Cruz, Progreso y Seybaplaya— con terminales de Florida como Tampa, Port Manatee, Jacksonville, Port Everglades y Miami, se crea un circuito marítimo que alimenta y es alimentado por el corredor terrestre del istmo. Mercancías que llegan del Pacífico asiático pueden cruzar México por tierra y embarcarse hacia la costa este de Estados Unidos en cuestión de días, evitando la saturación de California y Texas.
El Proyecto Florida: Cuando el transporte marítimo deja de ser solo para grandes distancias
La Secretaría de Marina, a través de la Coordinación General de Puertos y Marina Mercante, ha catalogado esta iniciativa como “Proyecto Florida” y le ha otorgado carácter prioritario. El nombre no es casual: Florida representa uno de los mercados de consumo más dinámicos del sudeste estadounidense, y sus puertos están subutilizados en cuanto a conexión directa con México.
El transporte marítimo de corta distancia (TMCD) ha demostrado en Europa y Asia ser una alternativa real al transporte terrestre, especialmente cuando las distancias superan los 500 kilómetros pero no justifican navegación transoceánica. Entre Veracruz y Miami hay menos de 1,500 kilómetros por mar. Un buque de carga ro-ro (roll-on/roll-off) puede cubrir esa distancia en menos de 48 horas, compitiendo con camiones que enfrentan aduanas, tráfico y regulaciones cada vez más estrictas.
Sin embargo, los desafíos no son menores. El principal obstáculo que enfrenta Cameintram es garantizar que los buques naveguen con capacidad plena en ambos sentidos. Un barco que sale cargado desde México pero regresa vacío desde Florida no es rentable ni sostenible. Se requiere equilibrar flujos comerciales, lo que implica identificar qué productos estadounidenses pueden retornar por la misma ruta: maquinaria agrícola, insumos químicos, tecnología, alimentos procesados. La ecuación debe cerrarse con carga de ida y vuelta.
Facilitación aduanera y políticas públicas: Los cimientos invisibles
Más allá de los barcos y las rutas, el éxito de este sistema depende de la coordinación entre gobiernos, empresas navieras, operadores portuarios y autoridades aduaneras. Cameintram ha puesto sobre la mesa la necesidad de homologar normativas, agilizar procesos de inspección y crear marcos tarifarios competitivos que hagan del TMCD una opción atractiva frente al autotransporte.
Para fortalecer el cabotaje nacional —el transporte marítimo entre puertos mexicanos—, la cámara propone un paquete de políticas públicas que incluye tarifas portuarias reducidas, incentivos fiscales y ambientales (“verdes”), permisos de importación temporal para buques extranjeros que operen en aguas mexicanas, y la asignación de muelles dedicados con infraestructura especializada para carga rodada, contenedores refrigerados y materiales peligrosos.
Estos no son detalles menores. Un muelle dedicado significa tiempos de carga y descarga predecibles. Incentivos verdes pueden incluir exenciones fiscales para navieras que utilicen combustibles bajos en azufre o tecnologías de propulsión híbrida. Permisos temporales permiten escalar operaciones sin necesidad de construir flotas nacionales desde cero, atrayendo inversión extranjera y know-how internacional.
Resiliencia, sostenibilidad y el futuro del comercio regional
En un contexto donde las cadenas de suministro globales han demostrado ser vulnerables —crisis sanitarias, conflictos geopolíticos, bloqueos de canales—, diversificar rutas es un imperativo estratégico. El corredor interoceánico México, combinado con rutas marítimas de corta distancia, ofrece redundancia operativa: si un cruce terrestre colapsa, el mar sigue disponible. Si un puerto se satura, hay otros nueve en la red.
Además, el transporte marítimo tiene una ventaja ambiental difícil de ignorar. Un buque de carga emite significativamente menos CO₂ por tonelada transportada que un camión. En un momento donde las regulaciones ambientales se endurecen y las empresas buscan certificaciones de sostenibilidad, optar por el mar puede marcar la diferencia en auditorías de huella de carbono.
La pregunta no es si estas rutas son técnicamente viables —lo son—, sino si habrá voluntad política, coordinación institucional y apetito empresarial para consolidarlas. México tiene la infraestructura portuaria, Estados Unidos tiene la demanda de mercado, y el Golfo de México es una autopista natural que conecta ambos países. Lo que falta es orquestar los actores, alinear incentivos y demostrar que el mar, lejos de ser una reliquia del pasado, puede ser la autopista del futuro.